EL ESPÍRITU SANTO, EL REINO DE
DIOS Y LA MISIÓN DE LA IGLESIA
(Autor: Obispo José Ildo Swartele de Mello – Brasil -,
Con aportes y adaptaciones del Pr. Rogério Amaral)
Si me amáis, guardad mis mandamientos; 16 Y yo rogaré
al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
17 Al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve,
ni le conoce: mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y será en
vosotros. Juan 14: 15-17
La relación de la Grande Comisión con el Espíritu de
Dios es explícita. No apenas en Hechos 1 y 2, pero también vemos esto en otros
pasajes como, por ejemplo, en Juan 20: 9-23, donde Jesús dice 47-49. El
capítulo primero de Hechos introduce el tema del Espíritu Santo en estrecha
relación con todo lo que va a suceder en el de correr de la historia de la
Iglesia. El Espíritu Santo es la columna vertebral de todo el Libro de hechos.
Sabemos que Lucas es el autor del Evangelio de Lucas
como también del Libro de Hechos. El comienza el libro de Hechos diciendo: “Escribí el primer libro oh Teófilo,
relatando todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar hasta el día en
que, después de haber dado mandamientos por intermedio del Espíritu Santo a los
apóstoles que escogiera, fue elevado a las alturas” (Hc. 1:1-2). Al decir
“comenzó”, Lucas ciertamente quiere comunicar que existe ahora una continuidad
de la obra de Cristo en la misión de la Iglesia por el poder del Espíritu
Santo. La intención de Dios es que todo lo que la Iglesia venga a hacer,
sea la continuación de la obra de Jesús y esto sólo es posible a través de la
capacitación del Espíritu. Es una promesa más que un mandamiento, cuando venga
el Espíritu Santo, ustedes recibirán poder (Hc. 1:8) y en Hc. 8:1 los
discípulos salen por el mundo anunciando la salvación y haciendo discípulos de
Jesús. Poder para ir a las naciones y poder transformador que actúa, que opera
en la historia. Misión del Espíritu y de la Iglesia se da en esta era que va de
la primera a la Segunda Venida de Cristo.
Jesús no vino para ser apenas el Rey de Israel, pero
para ser el Rey de todas las naciones (Jr. 10:7; Ap. 15:3). Vemos el propósito
universal del Reino de Dios y de la misión de la Iglesia también en el día de
Pentecostés, en el hecho de la acción del Espíritu promover la conversión de
una multitud proveniente de varias partes del mundo. Tiene algo muy interesante
en el hecho de fenómenos que se dieron al contrario de Babel, cuando ahí,
personas de distintas nacionalidades, estaban pudiendo entender el mensaje del
Evangelio cada uno en su propia lengua materna. Lo que fue una clara señal de
los tiempos, pues se en Babel, hubo la confusión de lenguas y la dispersión de
los pueblos, en Pentecostés, por medio del Espíritu, se da lo contrario,
personas de distintas naciones están siendo unidas y bautizadas en la Iglesia,
formando un solo pueblo que se somete al señorío del Rey de la Naciones (Hc.
2:1), siendo entendidos y unidos por el actuar del Espíritu Santo.
El derramamiento del Espíritu en
Pentecostés ocurrió inmediatamente después de la ascensión de Cristo y es
inseparable de ella. Jesús fue entronizado como Señor y Mesías (Hc. 2:36), como
el Rey de todo el Universo, y es de esta posición que él envió su Espíritu para
capacitar a su Iglesia a cumplir su misión de hacer discípulos de todas las
naciones. El Espíritu Santo es la fuente de la Misión de la Iglesia. En
Pentecostés, vemos cómo el Espíritu conduce a los discípulos para fuera del
Aposente para proclamación del Evangelio. El inicio de la evangelización de los
gentiles es de total iniciativa del Espíritu Santo tanto en el caso del Etíope
(Hc. 8:29), como en el de Cornelio (Hc. 10:19s). En Hechos 11: 19-21, tenemos
el registro de cómo los discípulos alcanzaron otros lugares del mundo, llegando
el Evangelio hasta los gentiles en Antioquía. Y Rom. 15:24-28 revela los planes
de Pablo de llevar el Evangelio hasta los confines del mundo conocido por él, a
saber, a España. Vemos ahí que el Espíritu Santo no daba apenas poder para la
misión, pero daba también la dirección. En Hc. 13, vemos que tanto el envío
para la misión como también la selección de los líderes era obra del Espíritu
Santo. Y en Hc 15, tenemos el registro del mayor problema teológico de la
Iglesia primitiva que fue aquel que decía respecto a la relación de los judíos
con los gentiles. Al propio Pedro le costó entender que los gentiles estaban
incluidos en el propósito de Dios como vimos en el episodio de la
evangelización de Cornelio y su familia. Así, vimos que fue el Espíritu Santo
quien inició la Misión (Hc. 13:2), guió la Misión (8:29, 16:9) y es quien
trabaja en los corazones preparándolos para la recepción del Evangelio (Hc.
16:14; Jn. 16:8).
Y las propias virtudes, realizaciones,
dones, señales y maravillas son todas obras del Santo Espíritu de Dios en la
vida del creyente y de la Iglesia (Gl. 5, 1Co. 12 al 14, Hc. 2), a fin de que
podamos ser una ilustración viva de la realidad del Reino de Dios, que tiene a
Jesús como Rey, Señor y Cabeza. Aún en las cosas cotidianas, como por ejemplo, la
dificultad administrativa en la distribución diaria de los alimentos para los
necesitados (Hc. 6: 1s). Como respuesta a este problema, fueron elegidos 7
diáconos que necesitaban, para esto, poseer más que aptitudes técnicas,
necesitaban ser llenos del Espíritu Santo (6: 3).
Como ya vimos en el estudio que hicimos
sobre la naturaleza del Reino de Dios en la era presente, Jesús ejerce su
señorío a través de la acción del Espíritu Santo. Como Dios dijo en Zacarías 4:6 “No por fuerza ni por poder, mas por mi
Espíritu”. No es la soberanía de un monarca arbitrario, mas de un Mesías o
Rey crucificado. Es por el Espíritu de Dios que las personas reciben la
revelación de que Jesús es el Señor (1Co. 12:2), así como fue por revelación
del Espíritu que Pedro fue capaz de confesar: “Tú eres el Cristo, el Hijo del
Dios vivo” (Mt. 16:16, Rom. 8:16). Cristo significa el Rey Ungido de Dios, el
Mesías que fuera prometido a Israel, que vendría con la incumbencia de traer el
Reino de Dios (Jn. 11:27). Existe un paralelo entre el fruto del Espíritu Santo
registrado en Gálatas 5 con las bienaventuranzas descritas por Jesús en su
Sermón del Monte, pues ambos son una descripción del carácter de Cristo, que
deben también modelar el carácter cristiano. La mayor obra del Espíritu es
transformar cada cristiano en la imagen de Cristo, para que sirvan al propósito
de reflejar la gloria de Dios en la sociedad. El Espíritu de Dios está activo
para crear una Iglesia que refleje los valores del reino. La Iglesia no cumple
su misión apenas por lo que dice, pero sí por lo que hace, como consecuencia
natural de lo que ella es y de su relación con el Señor. Por el poder y gracia
del Espíritu Santo la Iglesia es capacitada a cumplir su misión de ser testigo
del Rey Jesús y de ser sal de la tierra y luz del mundo, fermento que fermenta
la masa.
Y es por eso que Pablo orienta, enseña: “No
os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del
Espíritu Santo”; “No extingáis el Espíritu” (Ef. 5:18 y 1Tes. 5:19).
En El, que nos llama y capacita,
Pastor Rogério Amaral
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